El Upper East Side siempre ha sido el hogar de mis abuelos,
mis tíos y mi padre, por lo menos hasta que se casó con mi madre. El Penthouse
en el que vivían mis abuelos era la prolongación de su vida: elegancia. Fiestas
de etiqueta. Élite. Excesos.
Jamás pensé volver a esa enorme casa en la última planta de
aquel imponente edificio. Y ahora me encuentro otra vez con todo. Cogí las
maletas una vez enterré a mi padre y dejé todo allí hasta que llegue
septiembre. No sé qué hacer con mi vida. Ni con la fortuna. Mis abuelos me
pagan todo porque piensan que es lo único que les queda de su hijo.
Pienso en Alex todos los días. A ese mierdas le encantaría
Nueva York. No comprendo por qué se enfadó cuando le dije que me iba a pasar el
verano fuera, si me odia; aunque se portó como un caballero cuando se murió
papá. Supongo que ahora estará acostándose con cualquiera, lo tiene fácil.
Bajo del tren en Gran Central. He decidido dejar a mis
abuelos en los Hamptons por unos días, me apetece estar sola. Entro en el imponente
edificio y un botones me lleva en ascensor hasta el el último piso. Me lleva
las maletas hasta la puerta y cuando abro la puerta mis ojos no pueden dar
crédito a lo que ven. Mi primo está tirado en el sofá y la gran planta baja
abierta está llena de basura: palomitas, comida, envases de cerveza vacíos,
colillas, cajas de tabaco vacías, botellas de todo tipo de alcohol y varias
personas durmiendo encima de la alfombra persa de mi bisabuela. Logro exclamar
entre mi asombro.
-¡MICHAEL! ¿Qué demonios es esto?- digo en inglés.
-Oh, Dios, ¿puedes hablar más bajo?- contesta, resacoso.
-No, se suponía que la casa estaba vacía para mí sola-
protesto.
-Y así era, pero tengo visita.
-¿Quién?
-Un amigo. Y no quiero llevarlo con los abuelos.
-Tienes una casa a la que ir.
-Lo sé, pero es verano, no me hagas esto, Eleanor...-
suplicó.
-Vale, pero quiero que respetéis mi espacio para que yo
respete el vuestro.
-Vale.
De pronto escucho a alguien bajar por las majestuosas
escaleras, maldiciendo. en alto.
-Mierda Michael, no encontré las toallas grandes, y las que
encontré son pequeñísimas.
-Eso es porque eres enorme.- dijo mi primo, sarcástico.
-Voy a asaltar tu despensa, me muero de hambre.
-Sin problema.
No pude ver quién bajaba las escaleras, pero mi primo me
agarró por el brazo y me arrastró a la cocina. Mientras me reía cruzando el
umbral de la puerta de la cocina, vi su torso desnudo musculoso y esculpido.
Sólo tenía una toalla en las caderas y de pronto su mirada se cruzó con la mía.
Abrió los ojos y exclamó en alto:
-Mierda, Eleanor.